Durante las últimas décadas, la meditación ha sido vista como una solución universal para mejorar la salud mental y alcanzar el bienestar personal. Respaldada por celebridades, empresas tecnológicas y centros educativos, esta práctica milenaria ha ganado una popularidad masiva, siendo integrada en escuelas, hospitales, espacios laborales e incluso en programas penitenciarios. Sin embargo, un reciente estudio liderado por expertos de la Universidad de Harvard pone en tela de juicio el entusiasmo generalizado por sus beneficios, alertando sobre sus posibles efectos adversos y la necesidad de adoptar una mirada más crítica.
El artículo, publicado en Acta Psychiatrica Scandinavica por el doctor Akshay Ravi y el reconocido profesor Sander van der Linden, se basa en una revisión de 83 estudios científicos que examinan los efectos de la meditación y otras prácticas contemplativas como el mindfulness. El hallazgo principal revela que hasta el 8.3 % de los participantes en estos estudios experimentaron consecuencias psicológicas negativas, como ansiedad, despersonalización, confusión emocional o episodios depresivos.
Lejos de desacreditar la meditación, los investigadores de Harvard plantean que es urgente reevaluar el discurso que rodea a esta práctica. Para ellos, el problema no radica en la meditación en sí, sino en la forma en que ha sido promovida por ciertos sectores con un sesgo excesivamente positivo, en ocasiones desconectado de la evidencia científica. La idealización de sus efectos ha llevado a que muchos pacientes o practicantes se sientan culpables cuando no obtienen los resultados prometidos o incluso experimentan malestar.
“La narrativa dominante ha sido que la meditación es una panacea, pero la realidad clínica es más compleja”, señala van der Linden. Los investigadores destacan que el contexto en el que se realiza la práctica, las características individuales de la persona y el acompañamiento terapéutico son elementos cruciales para que la meditación sea beneficiosa y segura.
Uno de los riesgos más evidentes, según el estudio, es la desregulación emocional. Algunas personas que practican meditación de forma intensa o sin supervisión pueden experimentar un aumento de la ansiedad, dificultad para concentrarse o una exacerbación de síntomas preexistentes como el trastorno obsesivo-compulsivo o el trastorno de estrés postraumático. También se han registrado casos de disociación o sensación de pérdida del sentido del yo, especialmente en prácticas más avanzadas como las realizadas en retiros prolongados.
El informe de Harvard propone que se adopte un enfoque más prudente, comparando el entusiasmo actual por la meditación con lo que ocurrió décadas atrás con ciertos medicamentos psiquiátricos que fueron inicialmente celebrados sin suficientes estudios sobre sus efectos secundarios. De la misma forma, los expertos insisten en que la meditación debe ser integrada en los sistemas de salud y educación con responsabilidad, como parte de un plan terapéutico estructurado y no como una herramienta milagrosa.
También hacen un llamado a los investigadores y divulgadores a utilizar un lenguaje más preciso y menos comercial. En lugar de vender la meditación como una solución única para todos, debe reconocerse que sus efectos pueden variar según la persona y que, como cualquier intervención psicológica, requiere preparación, monitoreo y seguimiento.
En paralelo, el informe resalta la importancia de la formación profesional de quienes enseñan meditación. El auge de instructores no certificados o con escasa preparación puede incrementar los riesgos para quienes se inician en esta práctica sin conocer sus posibles contraindicaciones.
“Necesitamos estándares más sólidos y protocolos éticos, especialmente si la meditación se va a recomendar dentro de contextos clínicos”, agrega Ravi.
En América Latina, donde el interés por el bienestar y la salud mental ha crecido significativamente en los últimos años, esta advertencia de Harvard cobra especial relevancia. Muchas personas han adoptado la meditación a través de aplicaciones móviles, talleres comunitarios o contenido en redes sociales, sin contar con un acompañamiento profesional que garantice un uso adecuado y personalizado.
La creciente evidencia científica sugiere que la meditación puede ser muy beneficiosa para algunas personas, pero también puede generar efectos no deseados si se practica sin las condiciones apropiadas. La clave, según los expertos, está en dejar atrás las visiones absolutistas y construir una cultura del bienestar más informada, crítica y empática.
El debate planteado por Harvard marca un punto de inflexión en cómo la sociedad percibe el bienestar mental. Si bien es necesario seguir investigando y aprovechando los beneficios de la meditación, también se vuelve indispensable educar a la población sobre sus límites y riesgos. Tal como ocurrió con otras prácticas médicas o psicológicas, el conocimiento y la ética serán fundamentales para que la meditación se convierta en una herramienta efectiva y segura para quienes realmente la necesitan.
Fuente: Infobae