La brecha entre la oferta educativa y las necesidades reales del mercado laboral continúa siendo uno de los retos más urgentes en América Latina. En el Perú, la situación se expresa con crudeza: siete de cada diez jóvenes ocupados se desempeñan en la informalidad, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática. A esto se suma que sólo un tercio de los egresados universitarios ejerce en su especialidad durante los primeros cinco años de vida profesional. El desajuste entre formación y demanda empresarial no solo reduce ingresos, sino que perpetúa la precariedad laboral.
Frente a esta realidad, la educación técnico-profesional se presenta como un camino alternativo, eficiente y cada vez más valorado. Sus programas —generalmente de tres años o menos— combinan competencias específicas con experiencias prácticas y se alinean estrechamente con los sectores productivos que impulsan la economía nacional: agroindustria, comercio exterior, logística, minería y servicios contables. Diversos analistas coinciden en que fortalecer la formación técnica es vital para cerrar las brechas de productividad y combatir la informalidad.
Un ejemplo paradigmático de esta tendencia es el Instituto de Educación Superior Neumann, ubicado en la ciudad de Tacna. Fundado hace más de tres décadas, Neumann ha evolucionado de un pequeño centro de formación empresarial a un actor clave en el ecosistema educativo del sur peruano. Su propuesta académica se concentra hoy en dos carreras con elevada demanda laboral: Administración de Negocios Internacionales y Contabilidad. Ambas se diseñan mediante mesas de trabajo con empresas locales y gremios sectoriales, con el objetivo de responder con agilidad a los cambios del entorno económico y tecnológico.
Uno de los rasgos distintivos de la formación técnica es su enfoque práctico. En el caso de Neumann, la mayoría de asignaturas incorpora laboratorios de simulación de procesos logísticos y contables, proyectos de aula inspirados en desafíos reales —como la gestión aduanera o la digitalización de libros contables— y prácticas pre profesionales obligatorias en empresas de la región. Esta inmersión temprana permite que los estudiantes egresen con experiencia demostrable, un factor decisivo para la contratación formal. Según la unidad de seguimiento de egresados del instituto, más del 80 % obtiene empleo relacionado con su especialidad en los seis meses posteriores a la graduación.
El impacto trasciende el ámbito individual. En zonas periféricas como Tacna, donde las oportunidades académicas se concentran históricamente en Lima, la presencia de un instituto técnico de calidad contribuye a la descentralización del talento y al fortalecimiento de cadenas productivas locales. “Antes, muchos jóvenes se veían obligados a migrar para estudiar; ahora encuentran una ruta de profesionalización cerca de casa”, señala Rosa Delgado, economista especializada en desarrollo regional.
Otro componente relevante es el énfasis en habilidades blandas: comunicación efectiva, resolución de problemas y trabajo colaborativo. Estas competencias, complementarias a la formación técnica, son profundamente valoradas por los empleadores y marcan una diferencia en la capacidad de adaptación de los egresados. Programas de mentoría y talleres extracurriculares —por ejemplo, certificaciones en Excel avanzado o seminarios de negociación internacional— refuerzan ese perfil integral.
No obstante, la expansión de la educación técnica enfrenta desafíos significativos. En el Perú, solo el 18 % de los egresados de secundaria opta por institutos superiores, en parte debido a la persistencia de estigmas culturales que sitúan los estudios universitarios por encima de la formación técnica. Adicionalmente, la actualización docente y la inversión en infraestructura especializada exigen recursos que muchas instituciones regionales aún no pueden costear.
Para superar estos obstáculos, Neumann ha establecido alianzas con empresas y organismos internacionales que facilitan equipamiento, certificaciones y programas de perfeccionamiento docente. En la carrera de Contabilidad, por ejemplo, los estudiantes trabajan con licencias gratuitas de software ERP utilizado por la mediana empresa peruana; mientras que en Administración de Negocios Internacionales se simulan operaciones de comercio exterior con herramientas de trazabilidad en tiempo real y bases arancelarias actualizadas. De este modo, se garantiza que la experiencia educativa refleje los estándares de la industria.
Desde la perspectiva de políticas públicas, expertos recomiendan reforzar los incentivos fiscales a las compañías que ofrezcan plazas de prácticas y actualizar los marcos de acreditación para consolidar la confianza social en la educación técnico-profesional. El Ministerio de Educación peruano ha propuesto, además, ampliar la oferta de becas para carreras técnicas y acelerar los procesos de licenciamiento de institutos con enfoque regional.
El mercado laboral también empieza a enviar señales claras. Sectores como logística y servicios contables registran vacantes que las universidades tradicionales no logran cubrir con la velocidad requerida. Según la Cámara de Comercio de Lima, alrededor del 40 % de las posiciones técnicas quedan sin ocupar cada año debido a la falta de perfiles adecuados. Este desajuste subraya la necesidad de programas flexibles y alineados con la demanda empresarial, justo el terreno donde los institutos técnicos pueden brillar.
Aunque la formación técnico-profesional todavía batalla contra viejas percepciones y restricciones presupuestarias, la evidencia sugiere que su crecimiento será decisivo para reducir la informalidad y potenciar la productividad. Experiencias regionales como la de Neumann demuestran que una estrategia centrada en prácticas reales, alianzas empresariales y acompañamiento a la inserción laboral puede traducirse en mejores oportunidades para miles de jóvenes y, por extensión, en un impulso tangible a las economías locales.
En un escenario post pandemia donde la digitalización, la sostenibilidad y la innovación dictan las reglas del juego, la valoración social de la educación técnica parece finalmente alinearse con su impacto económico. La apuesta por carreras cortas, pertinentes y bien articuladas con el mercado puede convertirse en la clave para transformar el potencial humano latinoamericano en crecimiento inclusivo y de largo plazo.