Internet satelital en Latinoamérica | AST SpaceMobile capta inversión millonaria y acelera su constelación para rivalizar con Starlink

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La brecha digital latinoamericana está a punto de sufrir un vuelco decisivo gracias a la visión del ingeniero venezolano estadounidense Abel Avellan. Desde su sede en Midland, Texas, AST SpaceMobile ultima la primera red orbital capaz de conectar un teléfono convencional sin antenas extra ni costosos terminales satelitales. El proyecto, concebido en 2017 y respaldado hoy por más de cuarenta operadores móviles, ya es visto por analistas de Wall Street como la oferta más disruptiva frente a Starlink, la constelación de Elon Musk que domina el mercado de banda ancha desde la órbita baja. La diferencia clave radica en el público objetivo: mientras Starlink requiere una antena fija y se centra en el acceso residencial, Avellan apuesta por que cualquier smartphone se convierta en su propio receptor espacial, una propuesta que resulta especialmente valiosa para los 215 millones de latinoamericanos que todavía carecen de cobertura 4G estable.


El 12 de septiembre de 2024 un cohete Falcon 9 de SpaceX puso en órbita los primeros cinco satélites comerciales BlueBird. Con antenas desplegables de sesenta y cuatro metros cuadrados, cada unidad crea más de cinco mil celdas virtuales sobre la superficie terrestre y utiliza espectro celular de banda baja, principalmente en los 704-716 MHz y 824-849 MHz, autorizado por la Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos. Esta arquitectura permite que señales de voz y datos penetren techos y vegetación con mayor robustez que las frecuencias Ku empleadas por Starlink. Durante las pruebas iniciales, AST registró descargas superiores a diez megabits por segundo y completó la primera videollamada espacial con un Samsung Galaxy S22 sin modificar, enlazando técnicos de AT&T en Hawái con ingenieros de Rakuten en Japón.


El organismo regulador estadounidense otorgó a la compañía permiso para operar también en bandas V, S y UHF, un paso que sienta precedente para la expansión global del servicio. Según documentos de la licencia, los próximos satélites emplearán espectro de 850 MHz suministrado por Verizon y AT&T, dos de los mayores patrocinadores del proyecto. La utilización de frecuencias ya asignadas a operadores móviles evita interferencias con astronomía y reduce los tiempos de homologación en mercados de la región, donde los reguladores suelen demorar la adjudicación de bandas nuevas.


La promesa tecnológica viene acompañada de una inyección de capital considerable. En mayo de 2024 Verizon comprometió cien millones de dólares para garantizar cobertura total de Estados Unidos, movimiento que disparó 70 por ciento las acciones de AST SpaceMobile y elevó su valoración bursátil a casi nueve mil millones. El acuerdo se suma a la participación accionaria previa de AT&T, Alphabet (Google) y Vodafone, que en conjunto aportan conocimiento de red, contratos de itinerancia y canales comerciales en cinco continentes. Avellan sostiene que esa combinación de músculo financiero y alcance global es suficiente para desplegar noventa BlueBird de segunda generación entre 2025 y 2026, con el objetivo de ofrecer señal continua entre los paralelos 56 N y 56 S, franja donde vive la mayor parte de la población latinoamericana.


La oportunidad para inversionistas regionales es doble. Primero, la empresa calcula que el costo marginal de dar servicio a un nuevo usuario rural será un 85 por ciento inferior al de construir una torre celular convencional. Segundo, la conectividad directa desde el espacio habilita nuevos modelos de negocio basados en servicios financieros móviles, comercio electrónico y telemedicina, sectores cuyo crecimiento depende de la cobertura confiable de datos. Firmas de capital de riesgo en Ciudad de México, Bogotá y Lima ya exploran vehículos dedicados a infraestructura espacial, atraídas por la posible rentabilidad de vender capacidad mayorista a los principales operadores nacionales.


Aunque el itinerario de lanzamientos parece agresivo, la compañía ha demostrado capacidad industrial. Las primeras cinco unidades BlueBird fueron integradas en menos de doce meses en las instalaciones de AST en Texas y sometidas a pruebas térmicas, vibracionales y de vacío que superan los estándares de la NASA. Para acelerar la segunda oleada, la firma inauguró en abril de 2025 una línea semiautomatizada con robots Kuka capaz de ensamblar un satélite por semana. Este ritmo permitiría completar la constelación inicial con solo nueve misiones Falcon 9 o New Glenn, reduciendo costos y riesgos logísticos.


Aun así, persisten desafíos. Un estudio de la Universidad de Arizona advierte que el brillo de los reflectores fotovoltaicos de los BlueBird puede saturar telescopios profesionales y amateurs, problema que ya provocó peticiones de la Unión Astronómica Internacional para limitar la magnitud luminosa de los satélites. AST ha respondido instalando recubrimientos oscuros y algoritmos de orientación que minimizan la reflexión hacia la Tierra, pero la presión regulatoria podría aumentar a medida que crezca la flota.


En el frente latinoamericano, los primeros convenios se centran en Brasil, México, Colombia y Perú, países con topografías adversas donde desplegar fibra o radioenlaces terrestres resulta prohibitivo. Según datos internos, la cobertura satelital de AST reduciría en dos años el atraso de conectividad en la Amazonía brasileña y en la sierra peruana, donde menos del cuarenta por ciento de los hogares accede hoy a internet fijo. Telefónica Hispanoamérica y Claro mantienen conversaciones para ofrecer planes híbridos que alternen red terrestre y espacial, una estrategia que evitaría la saturación de las torres existentes durante emergencias climáticas o eventos masivos.


Desde la perspectiva tecnológica, la compañía planea migrar de LTE a 5G NR con ancho de banda agregado de cuarenta MHz, lo cual permitiría velocidades pico de hasta ciento veinte megabits por segundo y latencias por debajo de cincuenta milisegundos, parámetros suficientes para videoconferencia en alta definición y aplicaciones industriales ligeras. El software en órbita utiliza protocolos 3GPP estándar, de modo que las mejoras podrán llegar a los usuarios mediante simples actualizaciones de firmware en los teléfonos y no exigirán hardware nuevo, un factor crítico en mercados donde el ingreso promedio mensual no supera los cuatrocientos dólares.


La carrera con Starlink sirve como catalizador de innovación. Musk confía en un enjambre de miles de microsatélites que abaratan la sustitución de la última milla fija, pero requieren antenas específicas y vista despejada del cielo. Avellan propone menos vehículos, más grandes y con mayor potencia radiada, capaces de atravesar nubes y edificaciones. Este contraste de filosofías abre un abanico de escenarios competitivos: en zonas urbanas densas ambos sistemas podrían coexistir como respaldo mutuo, mientras que en la selva del Darién o en la Puna argentina la solución de AST tendría ventaja gracias a su penetración de señal.


El reloj corre. Entre junio de 2025 y marzo de 2026, AST programó cuatro lanzamientos adicionales con la meta de activar cobertura intermitente sobre el cinturón ecuatorial antes de la Copa Mundial de Fútbol 2026. Los resultados de esas misiones determinarán si los operadores firman contratos mayoristas de larga duración y si el mercado bursátil respalda la ampliación a ciento sesenta y ocho satélites, cifra que permitiría plena continuidad de servicio.


Para los inversionistas, el mensaje es claro: la democratización del acceso a internet en América Latina ya no depende solo de cables submarinos y torres en la selva. Hoy se juega también en la órbita baja, donde un empresario venezolano propone que el cielo se convierta en la próxima antena celular continental. Si la ingeniería cumple sus promesas y la regulación acompaña, AST SpaceMobile podría inaugurar una era en la que la frase “sin señal” desaparezca del vocabulario de cientos de millones de latinoamericanos, al tiempo que abre una nueva frontera de rentabilidad para el capital que se atreva a mirar más allá de la atmósfera.




Fuente: La Nación


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