En un contexto económico cada vez más interconectado, las zonas francas se han posicionado como instrumentos clave para fortalecer el comercio internacional y atraer inversión extranjera directa. Estos espacios delimitados geográficamente, donde rigen beneficios fiscales y aduaneros especiales, se han multiplicado en las últimas décadas en América Latina como una estrategia para dinamizar las economías locales y posicionarse como nodos logísticos de alcance global.
Según datos de la Asociación de Zonas Francas de las Américas (AZFA), existen más de 600 zonas francas en funcionamiento en la región, distribuidas en países como Colombia, República Dominicana, Panamá, Uruguay, Perú, México y Brasil. Estas zonas generan más de 1 millón de empleos directos y representan cerca del 4% del comercio mundial, consolidándose como un motor relevante para las economías locales y regionales.
Las zonas francas son áreas geográficas delimitadas dentro de un país donde las empresas que se instalan gozan de incentivos tributarios, aduaneros y, en algunos casos, laborales. Estas ventajas permiten reducir costos de operación, facilitar procesos logísticos y promover actividades de exportación y manufactura.
Una de sus principales características es que los productos que ingresan a una zona franca no se consideran formalmente importados, lo que permite que las materias primas y bienes intermedios se almacenen, ensamblen o transformen sin generar aranceles hasta que salgan al mercado nacional o internacional.
Además de su rol exportador, las zonas francas actúan como centros de innovación, servicios y valor agregado, con una creciente diversificación en sectores como tecnología, farmacéutica, agroindustria y logística.
El impacto de las zonas francas va más allá de la creación de empleo y la atracción de inversión extranjera directa. Estudios recientes indican que las empresas establecidas en estos espacios tienen una mayor propensión exportadora y una productividad más alta en comparación con aquellas ubicadas fuera de estas áreas.
En países como Colombia, por ejemplo, las zonas francas representaron más del 10% de las exportaciones totales en 2023. En República Dominicana, el 74% de la inversión extranjera directa que llega al país se canaliza a través de zonas francas. Panamá, con su Zona Libre de Colón, es hoy uno de los hubs logísticos más importantes del continente, facilitando la reexportación de mercancías a más de 170 países.
Además, las zonas francas suelen tener un efecto multiplicador en las economías locales, al dinamizar la cadena de suministros, generar encadenamientos productivos y promover la transferencia de tecnología.
Pese a sus beneficios, las zonas francas enfrentan desafíos significativos. La evolución de los acuerdos comerciales, las tensiones geopolíticas y las exigencias en materia de sostenibilidad han obligado a muchos países a revisar sus modelos.
Organismos internacionales como la Organización Mundial del Comercio (OMC) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) han observado con atención las exenciones fiscales otorgadas a estas zonas, argumentando que podrían generar distorsiones en la competencia internacional.
Asimismo, existe un debate creciente sobre cómo asegurar que estos espacios no se conviertan en paraísos fiscales o zonas de menor regulación laboral. En respuesta, varias naciones han comenzado a implementar estándares ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) para garantizar prácticas responsables dentro de las zonas francas.
A pesar de los desafíos, las perspectivas para las zonas francas en América Latina son prometedoras. El auge del nearshoring —la tendencia de las empresas globales a reubicar su producción más cerca de sus mercados principales— está generando oportunidades sin precedentes para la región, especialmente en países con estabilidad macroeconómica, ubicación estratégica y tratados comerciales vigentes.
México, por su cercanía con Estados Unidos, y Centroamérica, por su conectividad logística, aparecen como destinos privilegiados para captar inversiones que antes se dirigían a Asia. Las zonas francas, con su capacidad de ofrecer entornos competitivos, podrían ser piezas clave en esta nueva geografía de producción global.
Además, iniciativas como la digitalización aduanera, la automatización de procesos logísticos y la promoción de zonas francas sostenibles están reforzando su atractivo y modernizando su operación.
El modelo de zonas francas no es estático. Está en plena evolución, adaptándose a nuevas tendencias económicas, tecnológicas y sociales. Ya no se trata solo de atraer fábricas o maquilas, sino de desarrollar clústeres industriales y tecnológicos integrados con el tejido productivo local.
América Latina, con su diversidad geográfica y demográfica, tiene la oportunidad de seguir aprovechando este instrumento para generar desarrollo, promover innovación y consolidarse como una región competitiva en los flujos comerciales globales.
Fuente: Infobae
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