La premisa de que los empleados son el recurso más valioso de una organización es indiscutible. Su talento, motivación y compromiso determinan la competitividad de cualquier empresa. Sin embargo, prácticas de gestión inadecuadas pueden socavar estos activos, llevando a la desmotivación, el estrés y la fuga de talento.
Investigaciones recientes muestran que los errores en la administración del desempeño laboral, lejos de fomentar el desarrollo, pueden generar un impacto negativo profundo. Desde objetivos poco claros hasta evaluaciones punitivas, la gestión tóxica no solo afecta la productividad, sino también la cultura organizacional y la reputación de la empresa.
Uno de los errores más comunes es imponer metas ambiguas o contradictorias. Los empleados deben comprender claramente lo que se espera de ellos y cómo sus esfuerzos contribuyen a la estrategia de la organización. Cuando los objetivos carecen de significado, son irrelevantes o carecen de recursos adecuados, se genera ansiedad, confusión y desmotivación.
Según estudios en psicología organizacional, esta práctica aumenta la intención de renuncia y disminuye el compromiso, especialmente entre los empleados más talentosos. Empresas que implementan objetivos SMART de manera inapropiada, priorizando estrés y arbitrariedad sobre claridad y relevancia, enfrentan tasas de rotación significativamente más altas.
El silencio organizacional es otro factor crítico. La ausencia de retroalimentación constante, constructiva y enfocada en tareas limita la comprensión de los empleados sobre su desempeño y su desarrollo profesional.
Cuando los comentarios provienen de agendas personales o egos de los directivos, el efecto puede ser devastador. Los empleados se sienten subvalorados, aislados y, eventualmente, buscan oportunidades donde su contribución sea reconocida.
Reuniones anuales que enfatizan únicamente errores y debilidades, sin reconocer logros, crean un clima de miedo y resentimiento. La competencia interna extrema, basada en rankings y recompensas limitadas, destruye la colaboración y deteriora la confianza entre equipos.
Aunque pueda observarse un incremento temporal en productividad, los efectos a largo plazo son contraproducentes: pérdida de talento, rotación elevada y deterioro de la cultura organizacional.
No escuchar quejas sobre estrés, ignorar la necesidad de desconexión y descuidar la salud mental de los empleados son prácticas que aceleran el burnout y el ausentismo. La falta de apoyo y la percepción de trabajos sin sentido generan desmotivación y frustración, afectando directamente el rendimiento y la fidelidad hacia la empresa.
Las experiencias de violencia laboral, aunque muchas veces invisibles, tienen un impacto profundo. Micromanagement constante, presión excesiva, falta de reconocimiento y aislamiento social desgastan a los empleados física y mentalmente. Con el tiempo, estos factores aumentan la rotación y reducen la productividad general.
Para construir un entorno saludable, las empresas deben centrar la gestión del desempeño en el significado del trabajo, la equidad y el desarrollo del potencial humano. Objetivos claros, retroalimentación constructiva, reconocimiento de logros, apoyo al bienestar y colaboración son elementos esenciales.
Al invertir en estas áreas, las organizaciones no solo retienen talento, sino que también fortalecen su reputación, incrementan la motivación y garantizan un desempeño sostenible a largo plazo.
Fuente: The Conversation
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